Être un homme

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“El feminismo me cago la vida,

ningún lugar volvió a ser habitable como antes.”

Algunas ideas en las que me pongo a pensar a veces, ocupan un lugar secundario en mi cabeza. Se quedan ahí escondidas para cuando quiera pensarlas, para cuando haya tiempo, para cuando tenga ganas de abstraerme, de compartir o discutir con alguien más.

El feminismo no.

Se convierte en una verdad cada vez más evidente e incómoda. Modifica la forma en la que me miro en el espejo, en la que me vivo en mi propia vida; todo lo que había pensado que era se derrumba y me encuentro sólo, errante. Ser hombre y abrirse al feminismo puede ser doloroso.

“Mis amigos comenzaron a mirarme raro,

soportaba cada vez menos los eventos familiares,

me molestaba todo lo que antes me hacía sentir segura.”

Descubro cuán condicionado está mi cuerpo para a responder a la objetivación, y si decido renunciar a la cacería, me doy cuenta de que no sé cómo relacionarme. Los comentarios de mis amigos sobre el culo de la que pasó, o las chichis de no se quién, son de lo más irritantes y molestos, sobre todo cuando vienen de la boca de alguien que toda mi vida estimé, y cuando me recuerdan palabra por palabra, como rocas en la sien, los comentarios similares que yo mismo hacía.

Los enfrento una vez. Dos veces. Como enfrentando a mi reflejo. Como gritándole a mi yo de no hace mucho cuánto me repugna. La decepción es el pan de cada día. Después mejor me alejo, porque me doy cuenta de que hasta la forma misma en la que discuto está empapada de testosterona.

“Empecé a dudar cada vez que me sentía cómoda.

Empecé a vivir en un estado de crítica constante,

de eterna suspicacia.

No volví a tener una certeza nunca más.”

Cuando estoy comiendo lo que mi madre/hermana/abuela preparó; cuando estoy sentado en la sobremesa; cuando mis trastes son recogidos; cuando se me agradece como si implicara para mí un sacrificio inmenso el recoger mi propio tiradero, limpiar los trastes en los que yo mismo como, lavar el baño donde yo mismo cago, y cuando, mientras lo hago, veo a mi tío acostado mirando el fútbol.

Comenzar a sensibilizarme ante lo que percibo alrededor y darme cuenta de que tengo puesto un preservativo emocional, una capa de látex que no deja salir las lágrimas, que me impide sentir todo tal cual es, y hace imposible expresarlo. Deambular en introspección, y dar de bruces con la ansiedad de no ser suficiente. La ansiedad de demostrar siempre que no soy mujer, que no soy niña, que no soy joto, que no soy mariquita; que soy hombre, bien hombre, muy hombre; macho. Un cáncer que me urge a imponerme, humillar para no ser humillado

Una vez que ves, ya no puedes dejar de ver. No hay vuelta atrás. El reino del patriarca me recibe siempre de vuelta con los brazos abiertos, pero no pienso regresar jamás. Prefiero caminar a través de la niebla de lo desconocido, buscar a tientas nuevas formas de ser, redefinirme; aunque no haya un espacio creado para mí, ni un instructivo para poder armar mi reguero de piezas.

“El feminismo me cagó la vida y lo agradezco.”

Xuua Gätu, Abril 2017

Fragmentos de El feminismo me cagó la vida, de Arepa-Chora

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